sábado, 2 de agosto de 2008

El ladron de bicicletas.

En el cine algunas veces nos encontramos con películas que explotan los sentimientos de una forma única. Algunas veces nos encontramos con películas que dejan al espectador con una profunda sensación de haber presenciado algo mas que solo una historia. Este es el caso de El Ladrón de Bicicletas. Un film italiano, en blanco y negro, cine de la posguerra, que narra con una agresividad muy pasiva la historia de un hombre sumido en la pobreza y la necesidad. Con tomas sencillas, nada ostentosas, una cámara que acompaña a los actores, que se mueve a manera de que las escenas sean lo mas naturales posibles, y sin actores profesionales. El Ladrón De Bicicletas explora a partir de el drama la profunda injusticia de la pobreza.

El protagonista de la historia tiene la fortuna de conseguir trabajo pegando carteles por la ciudad, una suerte casi divina, considerando las limitaciones laborales de la época, pero para poder realizarlo necesita una bicicleta, el problema es que su bicicleta esta empeñada por lo que su primera tarea será recuperarla. Una vez montado en su bicicleta comienza a trabajar pero el drama estriba en que no transcurre ni un día de trabajo cuando le han robado la bicicleta y con ella su futuro. Bajo esta premisa, el protagonista emprende la búsqueda de su bicicleta, viajando pro la Italia urbana de la época. Acompañado de su hijo, encuentra tristeza y en algunos momentos confort, frustraciones y desconsuelos. La tragedia de un hombre de familia incapaz de satisfacer las necesidades de aquellos que dependen de el. El Drama se extiende por toda la película, a través de la desventurada búsqueda del ladrón de la bicicleta y la bicicleta misma. Incluso por momentos se llega a crear ante el protagonista insondables muros que le impiden el paso hacia una feliz conclusión.

Mas allá de la historia, lo que resalta en la película son las emociones casi palpables. El ambiente general de la película es el de una ciudad que crece sobre los hombros de la gente mas pobre y necesitada, que vive en la miseria. Ante esto, la esperanzadora promesa de un futuro mejor, retratado en el momento en que el protagonista, de nombre Antonio, tiene ante si su bicicleta, que le permitirá trabajar, vivir, sobrevivir. La desesperación inicial del robo y la búsqueda trazada a través de un ir y venir de frustraciones e intentos por mantener la compostura. La cordura llega a estallar en el momento final de la película, en una desesperación comprensible ante la situación. El ladrón de bicicletas, un film dirigido por Vittorio de Sica, y basado en una novela de Luigi Bartolini, es en si un monumento de emociones que retratan la realidad italiana de la época.

En la cocina de mi abuela

El vapor densa el aire. Mi hermana se acerca a la estufa y observa la olla. Todo en la cocina parece ser como ha sido siempre. La charla, el aroma, el movimiento sincronizado de quienes saben, sin saberlo, exactamente lo que hacen. Tres generaciones de mujeres sincronizando sus movimientos con sus palabras, atrapando el tiempo que parecen no pasar mas allá de las diferentes edades de cada una.

El rito de la cocina dominical en casa de mi abuela. Caldo de gallina, arroz. todas las mujeres que se reúnen en la cocina se saben dueñas del espacio mas intimo que una sociedad tradicionalmente machista le designa a las mujeres: la cocina. Aquí, a pesar de que siguen cumpliendo el rol que se les ha designado socialmente, a pesar de que siguen subyugadas a la separación sexual del trabajo, se sienten mas libres. Ellas han crecido así, han aprendido a sentirse bien en este lugar. Sin entrar a cuestionamientos causales y condicionales sobre las estructuras sociales que crean estas expresiones, puede verse que acá se sienten mas cómodas.

Mientras tanto, yo intento penetrar las exclusivas dimensiones de las mujeres en la cocina. Mujeres tradicionales, de esas que encuentran en el proceso creativo de cocinar su propia expresión artística, su propio universo de creación. Mientras, ellas se mueven, prueban la comida, y cocinan. Yo observo, de lejos, sin ser parte, sin pertenecer a esa coyuntura de roles sobrepuestos que cumplen uno: el arquetipo de mujer en nuestra sociedad.

El calor del vapor trae consigo otros regalos. La cocina se vuelve una maraña de aromas a medida que se avanza en el proceso de cocción. Dicen que el olfato es el sentido que mas facilmente trae recuerdos a nuestra mente. Los mios son recuerdos de constancia, de domingos en el mismo lugar, de silenciosa observacion, de comida generacional. La cocina, en cuanto proceso, posee un potencial artístico que casi nunca se sabe apreciar. Comida cotidiana que suele ser extraordinaria
Mi madre prueba la comida y dice que ya esta listo. Todas se acercan, concuerdan. todo cambia, no termina, muta en otro proceso distinto, la comida. El espacio femenino da paso a uno asexuado, sin géneros que lo definan. Comer el fruto de la paciencia de tres mujeres, cada una con su carga generacional, demuestra que incluso las mas cotidianas formas de socializacion tienen una lógica interna... y una forma especifica de disfrutarlas.